Estanislao Zuleta

Conocemos el riesgo y no tenemos garantías previas de éxito.
Y ciertamente aquel que no emprende la lucha no sufrirá jamás la derrota de
una fuerza adversaria porque ha hecho de la derrota la substancia
misma de su vida y porque la fuerza adversaria ya está instalada en él.

Fue un intelectual colombiano atípico. Desde muy temprano supo que las sendas de su formación no iban a estar trazadas por las instituciones oficiales, una de sus banderas fue siempre la lucha por una formación autónoma. Cada vez que recordaba su tránsito por el colegio insistía en que no había sido un buen estudiante, pero añadía que no por eso le tuvo alguna vez aversión al estudio, todo lo contrario; era el entusiasmo por estar a la altura de sus amores intelectuales lo que le evidenciaba la absurdidad de una institución que parcela el saber en materias y lecciones.

Su primer amor intelectual fue Dostoievski; quizá haya habido otros muy queridos antes, pero si es verdad eso de que amores son sólo los que trastocan sentidos en la vida, Dostoievski fue sin duda el primero. Siendo todavía un adolescente, cuando cursaba cuarto de bachillerato, informó en su casa que había decidido no volver más al colegio. Había estado leyendo Los hermanos Karamazov y el mundo de problemas que entonces se le abrían contrastaba con la lógica miope de la institución escolar que confunde información con formación. Hastiado de esa institución que lo único que enseña de manera efectiva es a la docilidad, Zuleta decide renunciar a sus estudios escolares para dedicarse a estudiar realmente.

Después de Dostoievski vino Freud, a quien encontró en la biblioteca de un tío suyo. La psicopatología de la vida cotidiana La interpretación de los sueños fueron las obras que lo introdujeron al continente de lo inconsciente. Luego vino Sartre cuyo El ser y la nada leyó y apropió en seis meses. Más tarde, para completar el cuadro, llegaría Marx, quien a diferencia de los dos anteriores era ampliamente leído en su medio, pero de manera doctrinaria. La aversión de Zuleta a las lecturas institucionalizadas le permitió no sólo hacer una lectura no sectaria de Marx sino también pensar las relaciones de éste con Freud y de aquellos con Sartre, además de desbloquear las deficiencias de cada uno de estos con las riquezas de los otros: «Desde entonces me acostumbré a amar a autores que no se querían entre sí. Todavía tengo esa costumbre».

No se puede ser un amante apasionado y no correr riesgos; Zuleta y quienes lo circundaban los corrieron con sus amores intelectuales. «Teníamos la ventaja de que todo lo bueno estaba prohibido: el marxismo, el psicoanálisis, el existencialismo; todo aquello era denominado ateísmo». Y es que el autodidactismo de Zuleta no fue nunca sinónimo de solipsismo, al contrario, Zuleta fue testimonio de que el autodidactismo sólo es posible allí donde hay comunidad. Sin comunidad el inconformismo por las valoraciones sociales va directo al nihilismo, en comunidad puede constituirse en interés común sobre el cual articular un proyecto de acción social. La escuela asume la lógica contraria, en lugar de crear intereses comunes acentúa la particularización: junta 50 estudiantes en un salón no para lograr una causa compartida sino, al contrario, para atomizarlos, para hacerlos competir por sus propias causas particulares.

Zuleta no dejó nunca de hacer comunidad. Desde su retirada de la escuela buscó interlocutores que se tomaran su formación como un proyecto. El primero fue Fernando González, quien se encargó de instruirlo no porque le diera las clases que en el colegio ya no le daban, sino porque le conversaba, ni más ni menos. Luego de éste Zuleta no paró de tener compañeros de conversación. Zuleta insistía en que tomarse en serio al otro es precisamente esto, conversar: atender a su palabra, a la lógica de sus argumentos, señalar las falacias y la ideología que entrañan, al igual que saber reconocer la inconsecuencia de la palabra propia. Solía recordar las máximas kantianas del entendimiento cada vez que hacía de la comunicación su objeto de estudio: (I) pensar por sí mismo o pensar libre de prejuicios, (II) pensar en el lugar del otro o ser extensivo y (III) pensar siempre de acuerdo consigo mismo o ser consecuente con las conclusiones logradas.

Respetar la palabra del otro no es pues acatarla. Se acata a un superior como se manda a un inferior, la dialógisidad existe sólo en la horizontalidad —solía decir Zuleta. Aun cuando lo que se diga sea verdadero si se dice de manera dogmática el discurso se falsea. Esto es lo que hace la escuela: falsea todo el tiempo las verdades que enseña al dejar la posición del otro como un asunto secundario: lanza, por ejemplo, el teorema de Pitágoras para que el estudiante se lo memorice sin mayor reflexión causal, cual tiro de pistola que se desembaraza de toda necesidad previa. El estudiante no entiende por qué es así, si tiene suerte entiende la fórmula pero no encuentra en él la necesidad de esta fórmula y si no encuentra nada en él definitivamente no va a amar lo que aprende, no se va a formar. Nada se aporta con enseñar fórmulas sueltas. También las cosas verdaderas pueden adquirir una forma dogmática, mejor es asumir la dificultad de tener que recomponer siempre la lógica de un punto con un interlocutor. Formular cuestionamientos sinceros es más aportante que obtener buenas respuestas a preguntas que nadie ha formulado. En una palabra: más valiosa que la fórmula es la formulación. Eduardo Gómez relata que en una ocasión manifestó a Zuleta que se sentía muy preocupado porque, considerando la vasta cultura de Zuleta, no sentía que tuviera mucho qué aportarle a su amistad con él, a lo que éste respondió con franqueza: «apro­vecho y aprendo de nuestra amistad minuto a minuto». Demorarse en la palabra es siempre más formativo que avanzar en la información.

El autodidactismo implica la creación de comunidad, la conversación y las apuestas comunes. Estudiar por sí mismo lejos está pues de estudiar solo. Zuleta lo supo, por eso nunca dejó de crear comunidades formativas: la contra-escuela Franz Kafka, donde intentó fundar un espacio de socialización formativo infantil alterno a la institución escolar o el Centro Psicoanalítico Sigmund Freud donde se estudiaban no sólo los textos más representativos del psicoanálisis sino también grandes obras de la literatura y la filosofía siguiendo las lógicas del objeto estudiado —y no la arbitrariedad de la semestralización universitaria— son algunos ejemplos significativos. Zuleta tuvo muy en claro que en una sociedad antiartística y antifilosófica la formación era un asunto político, por lo que su militancia fue siempre asidua: vivió un tiempo como formador con los campesinos de Sumapaz, militó en el Partido Comunista Colombiano, fundó él mismo un partido político: el Partido Revolucionario Socialista (PRS) del cual se desprendieron las revistas Estrategia y Agitación —ambas producidas en compañía de Mario Arrubla. El marxismo enseñó a Zuleta que la sola interpretación del mundo no es suficiente, que es necesaria la transformación, pero le enseñó también que éste no es un proyecto fácil pues el enemigo se encuentra tranquilamente instalado en el mundo. Luchar contra ese enemigo es luchar contra la lógica del mundo, de allí que el fracaso sea el destino más probable de la lucha. Con todo hay que intentarlo; luchar cuando las garantías están dadas es una contradicción en los términos. Sólo se lucha en medio de la dificultad. El Elogio a la dificultad de Estanislao Zuleta no fue un discurso pronunciado con motivo a un reconocimiento público sino su vida misma. En un mundo donde la facilidad de la heteronomía era la norma Zuleta fue un canto a la dificultad de la autonomía. Estanislao Zuleta fue testimonio del elogio a la dificultad.