La novela como examen del enigma
de nuestra existencia

(A propósito del texto Thomas Mann, la Montaña mágica y la llanura prosaica
de Estanislao Zuleta)

CICLO 2019

La novela como examen del enigma de nuestra existencia
(A propósito del texto Thomas Mann, la Montaña mágica y la llanura prosaica
de Estanislao Zuleta)

Puede sonar melodramático pero, igual, lo diré: la novela, ese maravilloso invento de la modernidad tan necesario para que el individuo de nuestra época pueda hacerse cargo de su compleja existencia, corre el peligro de desaparecer y, con ello, perderíamos un soporte decisivo para el conocimiento y el sentimiento de lo que somos y del mundo de la vida. Y que nadie se llame a engaño evocando la profusa oferta de historias narradas que colman las librerías o el sinfín de premios literarios patrocinados por las grandes editoriales o la galería de autores de moda que desfilan por las pasarelas culturales bien pagados de su mediática fama, pues tanta narración apta para el consumo de descanso de fin de semana y tanta figura de postín que hoy abunda a nombre de la literatura no contradicen lo que afirmo sobre el peligro que nos acecha del fin de la novela, al contrario, lo confirman, pues dos de los enemigos letales de ésta lo son, precisamente, el consumismo acrítico de novedades y el culto servil a los famosos. Consumismo y fama se suman a otros dos funestos enemigos de la novela: la voluntad imperante de sólo decir lo que el otro quiere escuchar o, dicho a la inversa, de no querer escuchar sino lo que lo confirma a uno, y, cuarto enemigo, la propagada negativa a pensar. Historias entretenidas, docilidad ante los famosos, discurso políticamente correcto y negación a pensar, configuran un entramado que le resta el oxígeno a la novela, la cual llegó hasta nosotros, precisamente, con el propósito opuesto, tal como lo dijeron dos pensadores que sí supieron para qué estaba la novela en el mundo: Walter Benjamin: «El lugar de nacimiento de la novela es el individuo en su soledad (…) que carece de orientación y que no puede dar consejo alguno»; y Estanislao Zuleta: «Para que haya novela es necesario que el sentido de la vida del individuo no esté designado de antemano».

Pues bien, les invito a que nos encontremos para presentar ante ustedes lo que creo que es una forma de defender y preservar la novela en sus sentidos más propios: como forma de conocimiento y como recurso de elaboración del sentimiento. Por último, decirles que en la presentación de las ideas que quiero ofrecer, buscaré apoyo en La montaña mágica, de Thomas Mann, y en el extraordinario estudio crítico que Estanislao Zuleta hizo de esta extraordinaria novela.

Carlos Mario González
Profesor de la Universidad Nacional

Puede sonar melodramático pero, igual, lo diré: la novela, ese maravilloso invento de la modernidad tan necesario para que el individuo de nuestra época pueda hacerse cargo de su compleja existencia, corre el peligro de desaparecer y, con ello, perderíamos un soporte decisivo para el conocimiento y el sentimiento de lo que somos y del mundo de la vida. Y que nadie se llame a engaño evocando la profusa oferta de historias narradas que colman las librerías o el sinfín de premios literarios patrocinados por las grandes editoriales o la galería de autores de moda que desfilan por las pasarelas culturales bien pagados de su mediática fama, pues tanta narración apta para el consumo de descanso de fin de semana y tanta figura de postín que hoy abunda a nombre de la literatura no contradicen lo que afirmo sobre el peligro que nos acecha del fin de la novela, al contrario, lo confirman, pues dos de los enemigos letales de ésta lo son, precisamente, el consumismo acrítico de novedades y el culto servil a los famosos. Consumismo y fama se suman a otros dos funestos enemigos de la novela: la voluntad imperante de sólo decir lo que el otro quiere escuchar o, dicho a la inversa, de no querer escuchar sino lo que lo confirma a uno, y, cuarto enemigo, la propagada negativa a pensar. Historias entretenidas, docilidad ante los famosos, discurso políticamente correcto y negación a pensar, configuran un entramado que le resta el oxígeno a la novela, la cual llegó hasta nosotros, precisamente, con el propósito opuesto, tal como lo dijeron dos pensadores que sí supieron para qué estaba la novela en el mundo: Walter Benjamin: «El lugar de nacimiento de la novela es el individuo en su soledad (…) que carece de orientación y que no puede dar consejo alguno»; y Estanislao Zuleta: «Para que haya novela es necesario que el sentido de la vida del individuo no esté designado de antemano».

Pues bien, les invito a que nos encontremos para presentar ante ustedes lo que creo que es una forma de defender y preservar la novela en sus sentidos más propios: como forma de conocimiento y como recurso de elaboración del sentimiento. Por último, decirles que en la presentación de las ideas que quiero ofrecer, buscaré apoyo en La montaña mágica, de Thomas Mann, y en el extraordinario estudio crítico que Estanislao Zuleta hizo de esta extraordinaria novela.

Carlos Mario González
Profesor de la Universidad Nacional